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Fueron las luchas sociales en el último cuarto del s. XIX y primer cuarto del s. XX las que incitaron a la clase dirigente de aquellos años a intentar paliar el conflicto social por la vía de la creación de instrumentos que atendiesen, aunque sólo fuese en parte, las justas reivindicaciones de las asociaciones obreras, y si se me permite recordarlo de la Unión General de Trabajadores (UGT), fundada en 1888.

Un caso evidente de esto es la creación de la Caja de Ahorros y Pensiones de Barcelona, tras la huelga general de 1902, que se inició y tuvo una especial incidencia en Cataluña. Este no es el único caso de iniciativa cuasi privada en aquellos años, dos años antes, la Caja de Ahorros de Guipúzcoa abrió una sección de “retiro”.

La primera referencia sobre políticas de protección social hay que buscarla en la Comisión de Reformas Sociales (1883), siendo la primera ley en esta materia la Ley de Accidentes de Trabajo, de 1900. Tras estas iniciativas, el inicio del proceso asegurador para la vejez lo encontramos a partir de la creación del Instituto de Reformas Sociales (IRS en 1903) y del Instituto Nacional de Previsión (INP en 1908).

Será en 1919 cuando vea la luz la ley de Retiro Obrero, en 1929 el Seguro de Maternidad y por fin en 1931, la Constitución de la II República, en su artículo 46, dará cobertura a las necesidades de los trabajadores en pro de una existencia digna, regulando los casos de seguro de enfermedad, accidentes, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte; el trabajo de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a la maternidad; la jornada de trabajo y el salario mínimo y familiar; las vacaciones anuales remuneradas, entre otras situaciones reivindicadas por las organizaciones de los trabajadores.

En 1963, se unifican a través de la Ley de Bases los distintos seguros sociales y mutualidades vigentes hasta la fecha, configurando un sistema integrado y de reparto. El régimen franquista reconoció, en la exposición de motivos de la ley, que se buscaba mediante ésta la “convivencia ordenada y justa de los españoles” evitando de esta forma posibles explosiones de conflictividad social.

El último momento significativo en esta materia tuvo lugar en abril de 1995, con la aprobación del Pacto de Toledo por parte del Congreso de los Diputados; de cuyo contenido, algunas recomendaciones aún están pendientes de aplicación y desarrollo, como por ejemplo la separación de las fuentes de financiación.

He intentado fijar los hitos históricos que marcan la evolución de un derecho fundamental para los trabajadores; como lo es el derecho a una pensión digna. Un derecho que nadie nos ha regalado, pues estas iniciativas y avances en la legislación siempre, como en el ejemplo de 1902, han estado precedidas de luchas reivindicativas de los trabajadores con sus organizaciones políticas y sindicales al frente.

Son los orígenes del Sistema Público de Pensiones. Las pensiones de jubilación, viudedad u orfandad conforman uno de los pilares básicos del Estado de Bienestar junto  a la sanidad, la educación y la dependencia. Unos pilares que atienden las necesidades de la clase trabajadora, necesidades, que deben ser cubiertas por la red pública, cuando nos jubilamos, cuando caemos enfermos, cuando nos quedamos sin puesto de trabajo, etc.

En el presente periodo de nuestra historia, los sindicatos de clase venimos defendiendo el sistema de seguridad social, ejerciendo de punto de equilibrio frente a los grupos de interés que persiguen la “privatización de hecho” de las pensiones públicas.

Asistimos a campañas publicitarias con los supuestos parabienes de la capitalización, señuelo que se les ha desmoronado con la crisis económica que sufrimos desde 2008, dado los bajos rendimientos obtenidos por las gestoras privadas: según datos del Banco de España, editados el pasado mes de abril, la cifra de los depósitos formalizados en fondos y planes de pensiones privados se ha derrumbado en 10.801 millones de euros en marzo de 2016, de tal manera que la cartera de dichos depósitos cerró el mes con un valor de 42.680 millones de euros, tras sufrir una variación intermensual negativa del -20,2%.

Sin ser novedoso, también recurren al miedo, apelando al incremento de la esperanza de vida y a que el Sistema Público de Pensiones no es sostenible, por lo que no habrá pensiones para los trabajadores que hoy están en activo. Argumentos “de parte” que el profesor Vicenç Navarro desmonta uno a uno en su artículo “Las pensiones son viables” (www.vnavarro.org).

Los trabajadores tenemos que defender un derecho que hemos recibido y que debemos preservar para las generaciones presentes y futuras. Entre todos los asalariados y asalariadas tenemos que concienciar, ante el conjunto de la sociedad, de la necesidad de mantener intacto el derecho a una pensión digna, que dependa de las contribuciones de los trabajadores y de los empresarios. Que nadie pretenda establecer rentas de suficiencia, con carácter caritativo, a cambio de lo que no es otra cosa que salario diferido.

El verdadero problema de sostenibilidad del Sistema Público de Pensiones es la utilización abusiva y desmedida que el Gobierno del PP ha hecho del Fondo de Reserva de las Pensiones; pasando de los 66.815 millones de euros que había en 2011 a los 24.207 en la actualidad.

El problema de sostenibilidad de las Pensiones es la caída en los ingresos de la seguridad social, motivada por las bonificaciones fiscales, tarifas planas y otros regalos que el Gobierno ha venido haciendo a las empresas, para la práctica totalidad de los contratos. También tiene efecto en la caída de los ingreso de la Seguridad Social la brutal destrucción de empleo que hemos sufrido en estos años, a lo que hay que añadir que el empleo que se genera es extremadamente precario; prueba de ello es que mientras los datos del INE dicen que la afiliación a la seguridad social crece un 3,4% a junio de este año, los ingresos crecen al 0,77%. Un desfase que, según un grupo de investigadores de la Universidad de Valencia, en doce meses los gastos superan a los ingresos en más de 17.350 millones de euros. No olvidemos que la precariedad y el desempleo, y por tanto la reducción de los ingresos de la seguridad social, están en relación directa con las reformas laborales de 2010 y 2012.

No tienen derecho a destruir lo que tanto nos ha costado construir.

La Unión General de Trabajadores denuncia la “Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión” (TTIP en sus siglas en inglés). Es un acuerdo concebido a la medida de las necesidades de las multinacionales y los grandes grupos empresariales, que antepone los intereses económicos de las grandes corporaciones a los derechos de los trabajadores.

Este “Acuerdo” lleva negociándose desde 2013, a espaldas de los ciudadanos y con barreras de acceso a la información incluso para los europarlamentarios/as, que representan a los millones de ciudadanos europeos que les han votado en sus respectivos países.

Ya en el último lustro del pasado siglo, los lobbies económicos, participados y financiados por las mismas multinacionales que hoy serían las principales beneficiarias del TTIP, pretendieron que los gobiernos europeos asumiesen el “Acuerdo Multilateral de Inversiones” (AMI), que buscaba, quizás con palabras distintas, los mismos objetivos que el TTIP. Cómo sería de pretencioso y brutal aquel AMI, que hasta el Gobierno presidido por Aznar en 1998 rehusó aprobarlo. El AMI no vería la luz, pero lo siguen intentando.

El TTIP, como los demás acuerdos bilaterales y/o multilaterales transfronterizos que se han firmado, busca dar una salida al gran problema que está en el origen de la crisis sistémica que venimos padeciendo desde 2008: los mercados se han saturado y las empresas no son capaces de mantener el incremento de sus tasas de beneficio, por tanto buscan negocio; hasta ahí normal. El problema es que la solución para los intereses empresariales, con la connivencia de los gobiernos, está siendo simple y cruel para los pueblos; reducir al mínimo la remuneración de los trabajadores; aunque sea a costa de llevarles al umbral de la pobreza y a la pobreza  misma. La solución la ven en exigir a los gobiernos bonificaciones y reducciones fiscales aunque sea mutilando y poniendo en riesgo el Estado de Bienestar: Sanidad, Pensiones, Educación y Dependencia. Alimentan la insaciabilidad del Mercado privatizando empresas y servicios públicos para trasvasar riqueza de lo público a lo privado, etc.

Es para poder mantener su tasa de beneficio para lo que las patronales reclaman “reformas estructurales”; un eufemismo para no decir a las claras que necesitan que les adapten la ley a sus necesidades económicas; en España, en materia laboral, lo hemos visto y lo estamos sufriendo desde la introducción de las reformas laborales de 2010 y 2012.

El TTIP marca una serie de obligaciones entre las partes que, en caso de aprobarse, se verían beneficiados los intereses empresariales de las multinacionales y grandes corporaciones estadounidenses y europeas. Los gobiernos se verían obligados a cambiar las leyes nacionales y trasponer las directivas europeas que se adaptarían en base a los objetivos marcados en el TTIP.

Se pretende rebajar el nivel de exigencia de la legislación europea en materia laboral, medioambiental y de protección de la salud. Quienes avalan la negociación y firma del TTIP, piden la desregulación para el uso de productos químicos, tóxicos, transgénicos, hormonas para el crecimiento, pesticidas, así como de los controles de seguridad alimentaria tales como el etiquetado de los productos, por poner algunos ejemplos.

Se trata de un nuevo avance en la desprotección de los servicios públicos, para continuar en la senda de la privatización. Esto constituye en si mismo la demolición de las políticas de igualdad y cohesión social, como ya está ocurriendo en nuestro país. El TTIP, socava esas políticas de igualdad y cohesión social como basamento fundamental de la democracia.

La legislación sobre los servicios públicos es potestad de cada Estado miembro de la UE. Con el TTIP, esta potestad quedaría subordinada a los compromisos adoptados en el acuerdo. De hecho, se están poniendo en cuestión principios básicos de la democracia y la soberanía de los estados al concederse una mayor protección legal a las grandes empresas frente a los ciudadanos y a los propios gobiernos. Y esto ocurre por un mecanismo que forma parte del TTIP conocido como “convergencia regulatoria”, y que supone que debe armonizarse la normativa para todo tipo de bienes, servicios e inversiones. Esta convergencia atenta contra la democracia al dar poder a las grandes multinacionales para intervenir leyes y/o normas aprobadas por los parlamentos.

Por eso cada Estado deberá, si la negociación continúa adelante, ratificar el acuerdo en sus respectivos Parlamentos, pues estaríamos realizando una nueva cesión de soberanía; en esta ocasión en materia de servicios públicos, entre otras cosas.

La osadía de los propulsores del TTIP se redondea con los instrumentos contenidos en el acuerdo, como lo es la “convergencia regulatoria” ya citada, para el caso de discrepancia en la aplicación del acuerdo. Introducen mecanismos extraños a los criterios judiciales europeos, para preservar los intereses de las grandes corporaciones frente a los estados; me refiero a los “tribunales especiales”, a través de los cuales las grandes empresas podrían demandar a los gobiernos con el objetivo de cuestionar regulaciones que garanticen derechos sociales, laborales o de protección del medioambiente.

A este respecto, me permito recordar aquí la opinión manifestada el 12 de junio de 2015 por la Asociación de Jueces para la Democracia, opinión jurídica muy fundamentada: “…,lo que significa este Acuerdo es la ausencia de sanciones contra abusos empresariales o la privatización de servicios públicos.”

El 9 de junio del pasado año, las confederaciones de UGT y CCOO remitieron una carta a los grupos parlamentarios europeos, manifestando su rechazo al “ mecanismo de resolución de controversias”. Hoy, la UGT queremos denunciar y clarificar lo que conlleva este acuerdo entre Europa y los Estados Unidos.

La concentración de capital avanza hacia el oligopolio en la Banca. La tendencia a concentrarse, es algo intrínseco al sistema económico imperante, en todos los sectores de la producción y en el financiero desde siempre así ha sido.

El Banco Central Europeo, y el resto de organismos económicos internacionales como el FMI, continúan insistiendo a través de su portavoz en “la tierra”, el Banco de España, en que tiene que haber más fusiones entre entidades bancarias. Mienten cuando dicen que no queda más remedio, que es un problema de rentabilidad. Es falso, como fue un montaje y una “estafa” social el regalo de las cajas de ahorro a los bancos privados. Argumentan que no hay rentabilidad porque el precio del dinero está en cero. Yo digo que el problema no es el precio del dinero, al menos no sólo; el problema está en que las entidades no invierten, no dan crédito ni a las familias ni a las empresas. Han abandonado la banca tradicional para centrarse en la banca especulativa. Por muchas campañas publicitarias que hagan diciendo que el crédito hipotecario se está recuperando. El objetivo verdadero que hay tras este mercadeo especulativo es la selva, la actitud salvaje del mercado, para eliminar a la competencia. En la década de los 90, Emilio Botín pedía al Gobierno cambios legislativos para que los bancos pudiesen comprar Cajas de Ahorro -y en aquel entonces no había problemas de rentabilidad ni tipos en torno a cero-. A lo que el “insigne” Vicepresidente del Gobierno de Aznar, el Sr. Rato, haciéndose eco de lo que dictaba el FMI, decía que las cajas de ahorro no podían ser entidades sin dueño.

Si hay alternativa: la banca pública, al menos a partir de las entidades que han sido saneadas con dinero público. 61.000 millones (6,1% del PIB), más avales y otras ayudas del Estado que pueden llegar a superar los 150.000 millones, entre efectivo y riegos asumidos, lo que el Estado ha puesto a disposición de la Banca.

La actitud mediocre del empresariado español no está ajena entre los banqueros que habitan en la piel de toro, pues las ayudas del Estado y las inyecciones de liquidez provenientes del BCE, a bajísimos tipos de interés, han sido utilizadas para lucrarse invirtiendo en deuda del Estado, para destruir un 25% de las plantillas de trabajadores/as bancarios y para cerrar un 30% de las oficinas, generando de este modo desempleo y exclusión financiera, esto último por partida doble; una porque no hay acceso al crédito y otra porque, principalmente en zonas rurales, millones de personas tienen que trasladarse muchos kilómetros para operar en la oficina más próxima.

Ahora anuncian otra vuelta de tuerca, más despidos y más cierres de oficinas; más desempleo y más exclusión financiera. Ante esto, el Gobierno debe intervenir, por eso es prioritario tener un Gobierno de izquierdas.

Además, al margen de las necesidades de los señores banqueros, nacionales y/o internacionales, deben prevalecer las necesidades del Estado, en última instancia del pueblo. Pues si el Estado contase con una red para la distribución del crédito, cosa que el ICO no es, se podría fomentar la inversión, la investigación y la innovación, como único camino para la recuperación económica y la creación de empleo con valor añadido.

Si el Estado, en lugar de sanear con dinero público a las entidades privadas, las hubiese nacionalizado para operar con ellas, incluso podría haber paliado el drama de la vivienda que venimos sufriendo en España en estos últimos años, pues la Sareb, debería haber sido un instrumento de acción política en lugar de un negocio, como tantos otros, en el que las pérdidas se socializan y los beneficios se privatizan.  

Derogar la Reforma Laboral es una necesidad urgente que deberá realizar el próximo Gobierno que salga de las urnas el 20 de diciembre.

Este decretazo (Real Decreto-Ley 3/2012, de 10 de febrero) que impuso el Gobierno del PP, haciendo uso y abuso de su mayoría absoluta, ha tenido consecuencias nefastas para la mayoría social de nuestro país: asalariados y asalariadas, desempleados y desempleadas, y pensionistas –mayoría social que se complementa con los autónomos y estudiantes hijos e hijas de la clase trabajadora-. Por el contrario, una minoría de la sociedad se ha hecho más rica: el poder adquisitivo de los salarios superiores a 6.000 euros mensuales han crecido. Es sintomático que por vez primera en la historia la mayor fortuna del mundo sea española. En definitiva, los ricos son más ricos y los pobres somos más pobres.

La crisis económica ha sido utilizada, y lo continua siendo, como excusa para atacar al Estado de Bienestar: Pensiones, Educación, Sanidad y Dependencia. El sistema Público de Pensiones está afectado por el deterioro de los salarios y las cotizaciones a la Seguridad Social, algo de lo que la reforma que exigimos sea derogada tiene mucha culpa.

La “coartada” de la crisis queda manifiesta en la primera frase de la exposición de motivos del R. Decreto –Ley 3/2012: “La crisis económica que atraviesa España desde 2008 ha puesto de relieve las debilidades del modelo laboral español”. A parte de ser falso que el modelo laboral esté en relación con la crisis, cabe preguntarse: ¿tras la reforma laboral, es más fuerte el modelo laboral español?. Para los trabajadores y trabajadoras no. También se puede afirmar que el tejido empresarial tampoco se ha fortalecido, ni la economía, ni ha disminuido la deuda pública, etc. Por ende, el único resultado perceptible es el incremento de la especulación y la fuga de capitales a paraísos fiscales.

Desde nuestra óptica sindical, la reforma laboral sólo ha traído miseria y pobreza. Algunos datos:

  • A septiembre de 2015, el paro juvenil en menores de 25 años se ha situado en el 46,7%.
  • Tras el primer año de reforma laboral, en 2013, el paro en España alcanzó el 26,94%, rozando los 6 millones de desempleados y desempleadas. Frente a tasas de desempleo del 7,9% en la UE-15 y del 8,9 en la UE-28.
  • La EPA al tercer trimestre de este año 2015 dice que continuamos en 4.850.800 desempleados y desempleadas.
  • Según la EPA al tercer trimestre de 2015, hay 1.572.900 hogares con todos sus miembros en desempleo.
  • A Diciembre de 2011, había 2,2 millones de desempleados que no cobraban ningún tipo de prestación.
  • Al tercer trimestre de 2015 son 3,7 millones los desempleados/as que no cobran ningún tipo de prestación.
  • 2011 se cerró con una población ocupada de 17.807.500 trabajadores y trabajadoras. Una tasa de parao del 22,85%.
  • El tercer trimestre de 2015 se ha cerrado con una población ocupada de 18.048.700 trabajadores y trabajadoras. Una tasa de paro del 21,18%.

 

Es decir, que todo el sufrimiento y destrucción de derechos de estos años, sólo ha servido para que las estadísticas digan que tenemos 241.200 ocupados más, un 1,67% menos de tasa de paro; para tener 1,5 millones más de desempleados y desempleadas sin ningún tipo de prestación; casi un 50% de paro juvenil; más de doble de paro que la media de los países de Europa, tanto si nos comparamos con los 15 como si lo hacemos con los 28. Sin mencionar que España comenzaba 2015 con 2.183.043 de compatriotas emigrados.

Celebramos sinceramente que la bárbara destrucción de empleo haya frenado; sin bien esta afirmación, nosotros mismos tenemos que matizarla, pues se continua destruyendo empleo y el empleo que se genera es ultra precario.

La reforma laboral de 2012 ha creado por tanto las condiciones para generar un “ejército de reserva” de más de 5 millones de trabajadores y trabajadoras, de los cuales 3,7 millones que no percibe ninguna prestación se ven abocados a aceptar empleos en condiciones muchas veces indignas. Ese y no otro era el objetivo de la reforma laboral: reducir drásticamente el coste de la mano de obra. Una derivada de la pérdida de poder adquisitivo de los salarios es que en 2014, el 29,2% de la población (en su 100% clase trabajadora) estaba amenazada de pobreza.

¿Dónde está el éxito de la política económica?. Afirmamos que “el modelo laboral español”, lejos de haberse fortalecido, se ha debilitado en estos años.

No quiero quedarme en la petición teórica de derogación de la reforma laboral, por eso concretaré los contenidos esenciales de dicha reforma. Insistiendo en que los catastróficos efectos para el empleo y las condiciones de trabajo en nuestro país obedecen a que el desequilibrio de las relaciones laborales, entre Organizaciones Sindicales (trabajadores) y Organizaciones Empresariales (empresarios) ha sido tal, que un espacio relativamente corto de tiempo se ha retrocedido en algunos aspectos más de una década.

Los criterios más perniciosos de esta reforma son los siguientes:

1º)  El abaratamiento del despido. Se generalizó la indemnización de 33 días por año trabajado, con un tope de 24 mensualidades, frente a los 45 días con tope de 42 mensualidad que regía en la norma con anterioridad. Se amplió la flexibilidad, para despedir por causas objetivas con indemnización de 20 días por año trabajado, con un máximo de un año de salario, a partir de la introducción de las causas económicas para justificar un despido objetivo, permitiendo que cuando una empresa tiene pérdidas actuales o previstas o ve disminuir de forma persistente sus ingresos puede acogerse a esta modalidad de despido. Este abaratamiento brutal del despido ha destruido más empleo por “goteo” que el conjunto de los expedientes de regulación.

 2º) Se incluyó una gran facilidad, para los empresarios, en la regulación de los ERES. Desde la reforma, se permite que los despidos colectivos se desarrollen sin la necesidad de la autorización laboral. Esta medida junto al abaratamiento de los despidos en general y los despidos por causa objetivas, explicado en el punto 1º), han sido los detonantes de la destrucción de empleo acelerada que hemos sufrido.

3º) Limitación drástica de la ultraactividad de los convenios a un año. Lo que significa que una vez que finaliza el plazo de vigencia el convenio sólo se continúa aplicando durante un año. Si antes de ese plazo no hay acuerdo para renovarlo, los trabajadores pueden perder las condiciones establecidas en el convenio y deben regirse por lo estipulado en el Estatuto de los Trabajadores. Desde la publicación de la reforma se cuentan por cientos los convenios colectivos bloqueados por la intransigencia patronal, consecuencia de ello es la pérdida de derechos para millones de trabajadores/as.

4º) Se prioriza el convenio de empresa frente a los convenios sectoriales. Esta es, a mi modo de ver esta reforma, una de las medidas más perniciosas y la que más desequilibra la capacidad de negociación entre trabajadores y empresarios, pues se establece el campo de negociación en el terreno en el que el empleador goza de poder casi omnímodo, la empresa; es el paso anterior a que el trabajador a título individual tenga que “negociar” con quien le contrata. De hecho, la CEOE ya está planteando la desfachatez de individualizar la negociación de las condiciones de trabajo, como si el trabajador y el empresario estuviesen en igualdad de condiciones. Con esta medida, se pierde la libertad que deben tener los negociadores de las condiciones de vida y trabajo para los asalariados y asalariadas, quienes no deben tener vínculo contractual con los negociadores empresariales. Además, esto induce a la competencia entre empresas teniendo en cuenta sólo el coste del trabajo, lo que ahora se viene a llamar el “dumping” salarial.

Hay otros cambios normativos que han facilitado la reducción de costes laborales para los empresarios, como son: la “flexibilidad” en el cambio de las condiciones de trabajo en materia de jornada, turnos, funciones, salarios, así como todas aquellas condiciones de trabajo o salariales individuales, no reguladas en convenio colectivo, las cuales pueden ser eliminadas a nombre de la “modificación sustancial de las condiciones de trabajo (Artº 41 del Estatuto de los Trabajadores). Se ha facilitado la posibilidad de no aplicación del convenio, por la vía del descuelgue. Se ha llegado incluso a la barbaridad de permitir que se realicen horas extras en contratos parciales, o el establecimiento del contrato con periodo de prueba de un año, para las PYMES; y otros elementos que han venido a, insistimos, desequilibrar lo que por su naturaleza en el orden económico que vivimos ya parte como desequilibrado: la relación de poder entre empleador y empleado, entre explotador y explotado.

La mayoría social ha sido agredida en sus condiciones de vida y trabajo, una agresión que socava los cimientos de la convivencia. Es por eso que, por salud democrática, exigimos la derogación de la reforma laboral.

La Comisaria europea de Empleo, Marianne Thyssen, dice que “la precariedad no es mala”. Lo dice una señora vinculada a la Troyka, y que fue Presidenta del Partido Cristiano Demócrata Belga, cuyo salario debe ser astronómico y a buen seguro no tendrá ningún problema de empleo si abandona la política.

Precariedad es sinónimo de pobreza en España y en Europa; ¿qué clase de fe religión cristiana profesa, quien dice que la pobreza no es mala?, solo puede tratarse de una farisea.

Esta individua ocupa la responsabilidad de la Comisaría Europea que diseña el austericidio. Un organismo que, junto al Banco Central Europeo (BCE) y al Fondo Monetario Internacional (FMI), marcan el objetivo de que al menos el 70% de los trabajadores sean pobres, a través de sus directrices de recortes y reformas estructurales, cuando hipócritamente señalan que hay que “combatir la desigualdad entre trabajadores” y “la dualidad laboral”.

Pero no plantean que todos los trabajadores tengan salarios dignos y contratos estables, lo que están planteando es que la mayoría de los trabajadores tengan contratos precarios.

La Sra. Thyssen ha participado estos días atrás en la convención del PP europeo, celebrada en Madrid. Dice que cada vez que viene a España se encuentra buenas noticias. Debe referirse como buenas noticias a los datos que ha aportado la EPA al cierre del tercer trimestre, pues en ellas ve afianzados sus verdaderos objetivos:

  • En el tercer trimestre de este año, los contratos indefinidos han caído en 18.900.
  • Por el contrario, los contratos temporales han crecido en 205.000.
  • 1.572.900 hogares tienen a todos sus miembros en edad de trabajar en el desempleo.
  • 720.000 hogares no perciben ningún ingreso.
  • El 49,2% de los jóvenes menores de 25 años están en desempleo.

Claro que para los trabajadores y trabajadoras que se encuentran en situaciones desesperadas un contrato de trabajo “no es malo, aunque sea precario”. Pero los gobernantes europeos o de los estados miembros no pueden asumir esta situación como un mal menor, pues eso lleva a que lo normal sea la precariedad y que ésta se universalice.

Es inaceptable que la desregulación de las leyes laborales, como nuestro Estatuto de los Trabajadores, que esos mismos gobernantes han impuesto, esté llevando a los empresarios a pretender condiciones laborales de semiesclavitud.

Por tanto, la precariedad si es mala, muy mala, señora Thyssen.


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